jueves, 3 de septiembre de 2015

CRÓNICAS DESDE LA PÉRFIDA ALBIÓN # PRIMERA PARTE BY XOSÉ RÚAS

UN DÍA EN LAS CARRERAS


   Hagan sus apuestas, por favor, a qué país me refiero. 
Una libra y diez peniques a quien lo adivine. Así, es, el Reino Unido. Empezando por el avión, con la única emoción que puede tener para un español eso de jugar y apostar alto. Concretamente, a dos o tres mil pies de altura. 
Para los ingleses, tanto apostar puede que resulte excitante, más allá, incluso, del calendario de las azafatas de Ryanair, que también suelen ofrecerte en pleno vuelo en la compañía de bajo coste. Pero yo, la verdad, no acabo de entender tanta pasión y deseo concentrados en UK como si fuese una botella de Mr. Proper a la deriva, entre el Cantábrico y el Mar del Norte. 

Apuestas en el aeropuerto, donde todos giramos alrededor de una rotonda presidida por el último modelo de Range Rover, esculpido en hierro y rodeado de cartones de un bingo menos elegante que el de los hoteles de jubilados en Benidorm. Y, por supuesto, apuestas en las carreras de caballos, como la del pasado domingo. Todo un espectáculo, donde los caballos y sus jockeys acaban perdiéndose –con más mérito para los primeros, al menos por su tamaño- entre la muchedumbre de familias de picnic tumbadas sobre la hierba con la nevera y el champán con fresas o uvas, para acompañar al gusto, mientras los maridos aprovechan, entre carrera y carrera, para hacer una nueva visita a la caseta de las apuestas. 
Siempre me ha gustado observar cómo reaccionan las personas en los espectáculos públicos, tanto si es un Black Friday, donde las rebajas acaban desatando el mismo instinto que las alimañas –o los buitres, cuando se trata de unas alfombrillas para el coche o de unas botas para la moto- disputándose la presa, como si es una carrera de galgos o caballos. 

Eso sí, en todos los eventos y sus complementos los ingleses lucen su bandera, para acordonar la zona, decorar el palco o adornar los recuerdos de un día en las carreras. Es curioso, nosotros compramos coches ingleses, con su bandera pintada incluso en el techo y los retrovisores, pero en cambio cuesta imaginarse la misma escena en España. ¡Un Seat Toledo con la bandera española en los retrovisores, pero qué hortera y facha!. En cambio, en el Reino Unido he visto la bandera hasta en los calcetines –que ya les huele, dicho sea de paso- igual que ocurre en muchos países de Latinoamérica, donde compiten por ver quién la tiene más grande y con el mástil más largo, exhibiéndola sin reparo en sus principales plazas públicas. 

Spain is different, ya lo decía un eslogan. Pero volviendo al tema de las apuestas en el Reino Unido, quien dice de galgos, dice de podencos, hurones o ratas. Sí, apuestas paralelas dentro del mismo recinto de la carrera de caballos, una de hurones que tenían que correr por un tubo tipo desagüe y ganaba el primero que asomase la cabeza por el otro extremo -la apuesta desde cincuenta peniques hasta veinte libras- y otra de ratas que había que batear (“bat a rat”), veinte peniques por tres intentos, tal y como se puede ver en la fotografía. 

La deslizan por el tubo y tienes que intentar golpearla justo al caer. Todo un esfuerzo de cálculo matemático para saber el momento exacto en el que la trayectoria del brazo sujetando el palo debe coincidir con el cuerpo del mustélido para golpearlo, haciendo que caiga en la superficie cuadrada reservada para tal fin, no sea que acabe de pamela de alguna de las damas cercanas que presencian la carrera de caballos. ¡Y yo que tenía a los ingleses por defensores de los animales!. Aunque las ratas, que también tendrán su corazoncito, nunca será tan grande como el de los toros.

 Además, siendo prácticos, si a fin de cuentas lo que vamos es a envenenarlas o a engañarlas con la falsa ilusión de un ansiado trozo de queso para luego dirigirlas por su particular corredor de la muerte y acabar torturándolas en una lenta agonía, pues entonces qué mejor que hacerlo de forma limpia y rápida, asestándole un único golpe en seco, con la posibilidad añadida de ganarte unas libras y de que, además, el animal pueda vivir si nuestra habilidad no es lo suficientemente buena. Se me ocurre que algo así podíamos patentarlo en la siguiente comida de Los Limoneros, apostando a las carreras con nuestras presas, antes de cocinarlas y siempre, eso sí, que sean de carne, pescado o marisco, pues a mí nunca me gustaron las carreras de caracoles. 

No por nada, pero me aburren. Imaginaos: ¡Y el bogavante ganó a la cigala!. 
La foto “finish” determinó que la ventaja fue de media pinza. Y todos apostando antes del sacrificio de la cocción. La mitad de las ganancias serían para financiar parte de la comida y la otra mitad para un club de veganos, para una asociación de defensa del sucedáneo de harina de la gula del norte o de los palitos de cangrejo. 

O ahora que llegan las elecciones generales, podemos apostar por la trepidante carrera de los políticos en los últimos días de campaña. A fin de cuentas, a eso también le llaman “race horse”, aunque la de los políticos sea más desbocada. 
Puestos a escoger, yo me pido el “bat a rat”, bate no rato, que diríamos en Galicia, pero con Rodrigo de señuelo, of course.

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