Dentro, el ambiente era... único.
Unas chicas, con atuendos que dejaban poco a la imaginación y mucho a la fantasía, se contoneaban al ritmo de una música que parecía salir de una lavadora en apuros.
Los clientes, la mayoría con turbantes de todos los colores y tamaños (observaban el espectáculo con una mezcla de asombro y sed.
Y hablando de sed, en la barra reinaba, o más bien se imponía, la Chata. Una mujer tan baja que parecía una seta parlante y con una joroba que le daba un aire de misterio.
La Chata era la única que podía mantener a raya a la clientela.
Con una mirada era capaz de congelar los corazones de la clientela.
Lo más irónico de O PIPÍ DA ORO era su letrero a la entrada: "PROHIBIDO EL ALCOHOL". Una norma que, por supuesto, nadie seguía.
Las mesas estaban repletas de botellas de todo tipo, y el tintineo de los vasos era la banda sonora oficial del local..
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